Adolescencia y
Entrenamiento
"La preciosa
inmadurez"
Trabajo en el
ámbito deportivo con niños y jóvenes desde hace 18 años y no deja de asombrarme
la liviandad con que los adultos podemos decir algunas cosas. Desde que empecé
mi formación clínica en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires he trabajado
por elección con adolescentes: adolescentes embarazados, adolescentes con
("en") problemas con su familia, con el colegio, con la sociedad,
etc.
Te
desafían todo el tiempo, te buscan las inconsistencias, son difíciles, son
inestables, están mudando, a veces no tienen compromiso (máxime si no lo
encuentran de nuestra parte de adultos
"contenedores"), son inmaduros. Winnicott decía que
ahí, en la inmadurez, estaba “la parte
preciosa” de la escena adolescente. “Contiene
los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y
frescos, ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las
aspiraciones de quienes no son responsables.”
Son adolescentes,
son vulnerables, están conformando su identidad y prueban a parecerse a sus
padres y a no parecerse, a parecerse a sus amigos y a no hacerlo, a sus
profesores, a sus ídolos, etc.
Dice Freud en
"Sobre la psicología del colegial" que los maestros y profesores (por qué no iba a suceder lo mismo con los
entrenadores deportivos) son personajes
sustitutivos de los primeros objetos afectivos (madre y padre) y por ende
son otros significativos para los niños y jóvenes que tienen a su cargo. Sus
palabras, gestos y opiniones tiene un peso especial como así su mirada, alentadora
o desaprobatoria.
En el caso
particular de los entrenadores, sus
indicaciones amables o motivadoras o por el contrario si sólo marcan errores
sin herramientas para corregirlos o son directamente degradantes del niño o
adolescente, tienen un impacto fundamental en la continuidad o no de ese sujeto
con el entrenamiento deportivo, influyen en el autodiálogo que tendrá ese
deportista y obviamente fortalecerá o disminuirá su autoconfianza.
Los psicólogos
deportivos intentamos que los deportistas con los que trabajamos no se hablen
en términos absolutos (“soy un desastre”,
“no sirvo para esto”, “no sé para qué estoy acá”), que si
cometen errores, sólo se focalicen en la conducta (“hice mal el drive”, “ejecuté
mal el pase”, “me sobreactivé”)
que focalicen en el “proceso” (en las acciones que tienen que realizar) y en
darse autoinstrucciones para salir del error y retomar la buena senda.
Lamentablemente a
veces nos encontramos con etiquetados en términos absolutos por parte de los entrenadores
"no tenés huevos", “pegás como una mujer" (dicho por
un entrenador de boxeo a su pupila), "Fulana
tiene tal síndrome", etc.
Son tareas del
entrenador:
- Conocer acerca de las peculiaridades de la adolescencia
- Trabajar sus habilidades comunicacionales para saber cómo transmitir no sólo información técnica sino también estar atento a aspectos emocionales.
- Establecer metas de “proceso” y no sólo de resultados. Focalizar en los procesos (que son personales) promueve la regularidad y consistencia de los resultados.
- Tener un conocimiento de cada uno de sus jugadores y generar un vínculo de confianza. Saber que lo que motiva a algunos puede desalentar a otros.
- Tener control de sus emociones y conocer el momento oportuno para hablar y ser escuchado por sus seguidores. Saber que algunos temas deben ser abordados personalmente y en un ámbito de privacidad.
- Advertir que cada jugador o deportista tiene metas particulares aún dentro de un mismo equipo.
- Contemplar "la antigüedad" y experiencia en la disciplina de cada uno de los participantes. Para cada persona las instancias a superar tienen un significado diferente.
- Estar alerta a signos de padecimiento emocional por parte del deportista y encausar su tratamiento. No naturalizar el “sufrimiento”.
Si bien el deporte tiene sus momentos álgidos,
de extrema ebullición emocional, no perdamos de vista que son niños y
adolescentes y que el vínculo que tenemos con ellos no es simétrico. Nosotros,
los adultos (padres, entrenadores y auxiliares) ocupamos un lugar de saber y por lo tanto de poder, que conlleva una responsabilidad.
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