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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Adolescencia y Entrenamiento
"La preciosa inmadurez"

Trabajo en el ámbito deportivo con niños y jóvenes desde hace 18 años y no deja de asombrarme la liviandad con que los adultos podemos decir algunas cosas. Desde que empecé mi formación clínica en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires he trabajado por elección con adolescentes: adolescentes embarazados, adolescentes con ("en") problemas con su familia, con el colegio, con la sociedad, etc.
Te desafían todo el tiempo, te buscan las inconsistencias, son difíciles, son inestables, están mudando, a veces no tienen compromiso (máxime si no lo encuentran de nuestra  parte de adultos "contenedores"), son inmaduros. Winnicott decía que ahí, en la inmadurez, estaba “la parte preciosa” de la escena adolescente. “Contiene los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y frescos, ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las aspiraciones de quienes no son responsables.”
Son adolescentes, son vulnerables, están conformando su identidad y prueban a parecerse a sus padres y a no parecerse, a parecerse a sus amigos y a no hacerlo, a sus profesores, a sus ídolos, etc.
Dice Freud en "Sobre la psicología del colegial" que los maestros y profesores   (por qué no iba a suceder lo mismo con los entrenadores deportivos) son personajes sustitutivos de los primeros objetos afectivos (madre y padre) y por ende son otros significativos para los niños y jóvenes que tienen a su cargo. Sus palabras, gestos y opiniones tiene un peso especial como así su mirada, alentadora o desaprobatoria.
En el caso particular  de los entrenadores, sus indicaciones amables o motivadoras o por el contrario si sólo marcan errores sin herramientas para corregirlos o son directamente degradantes del niño o adolescente, tienen un impacto fundamental en la continuidad o no de ese sujeto con el entrenamiento deportivo, influyen en el autodiálogo que tendrá ese deportista y obviamente fortalecerá o disminuirá su autoconfianza.
Los psicólogos deportivos intentamos que los deportistas con los que trabajamos no se hablen en términos absolutos (“soy un desastre”, “no sirvo para esto”, “no sé para qué estoy acá”), que si cometen errores, sólo se focalicen en la conducta (“hice mal el drive”, “ejecuté mal el pase”, “me sobreactivé”) que focalicen en el “proceso” (en las acciones que tienen que realizar) y en darse autoinstrucciones para salir del error y retomar la buena senda.
Lamentablemente a veces nos encontramos con etiquetados en términos absolutos por parte de los entrenadores "no tenés huevos", “pegás como una mujer" (dicho por un entrenador de boxeo a su pupila), "Fulana tiene tal síndrome", etc.
Son tareas del entrenador:
  • Conocer acerca de las peculiaridades de la adolescencia
  • Trabajar sus habilidades comunicacionales para saber cómo transmitir no sólo información técnica sino también estar atento a aspectos emocionales.
  • Establecer metas de “proceso” y no sólo de resultados. Focalizar en los procesos (que son personales) promueve la regularidad y consistencia de los resultados.
  • Tener un conocimiento de cada uno de sus jugadores y generar un vínculo de confianza. Saber que lo que motiva a algunos puede desalentar a otros.
  • Tener control de sus emociones y conocer el momento oportuno para hablar y ser escuchado por sus seguidores. Saber que algunos temas deben ser abordados personalmente y en un ámbito de privacidad.
  • Advertir que cada jugador o deportista tiene metas particulares aún dentro de un mismo equipo.
  • Contemplar "la antigüedad" y experiencia en la disciplina de cada uno de los participantes. Para cada persona las instancias a superar tienen un significado diferente.
  • Estar alerta a signos de padecimiento emocional por parte del deportista y encausar su tratamiento. No naturalizar el  “sufrimiento”.


Si bien el deporte tiene sus momentos álgidos, de extrema ebullición emocional, no perdamos de vista que son niños y adolescentes y que el vínculo que tenemos con ellos no es simétrico. Nosotros, los adultos (padres, entrenadores y auxiliares) ocupamos un lugar de saber y por lo tanto de poder, que conlleva una responsabilidad.