El difícil arte de ser padres de un tenista
“La vida ha de ser más fácil para el niño que para sus
padres.
Habrá de ser el centro y el nódulo de la creación:
“His Majesty the baby” como un día lo creímos ser
nosotros.
Deberá realizar los deseos incumplidos de sus
progenitores
y llegar a ser un gran hombre o un héroe en lugar de
su padre,
o si es mujer, casarse con un príncipe,
para tardía compensación de su madre”.
Introducción al
Narcisismo,
Sigmund Freud, 1914
El presente artículo surge de la observación de una fecha de un Torneo
G4 donde participaban niños tenistas de 10 a 14 años. Salvando las
particularidades propias del tenis, muchas de las conductas observadas en los
padres, pueden hacerse extensivas a otros deportes.
El torneo se jugaba en 7 u 8 canchas de un club de la Provincia de
Buenos Aires. La mayoría de los padres se ubicaban en los bancos dispuestos en
el pasillo de distribución de las canchas, en correspondencia con sus hijos.
Alguno que otro miraba “colgado” del alambrado, como queriendo traspasarlo.
El momento previo a la competencia es óptimo para preguntarle al chico
si quiere ser mirado y cómo. Algunos preferirán que los vean sin que ellos se
den cuenta; otros que los miren desde el bar; otros quieren que sus padres
estén bien cerca, prácticamente adentro de la cancha; otros no quieren ni
siquiera que sus padres bajen del auto. A veces, aunque sean sus propios
padres, son un elemento más de presión y en otras oportunidades pueden ser
elementos de motivación, de ánimo y de confianza.
Así como para los padres no es lo mismo mirar cualquier partido que
mirar uno donde juegan sus hijos, para el menor las miradas tienen “distinto
peso” y las expectativas familiares algunas veces pueden obstaculizar el
rendimiento, ya que como lo expresa el epígrafe puede tratarse de meta o deseos
incumplidos por parte de los progenitores.
Es probable que el niño/adolescente a veces pida que se lo mire y otras
pida que no se lo vaya a ver, ya que no todos los torneos tienen la misma valía
ni representan la misma presión para el jugador. Es obvio que si vamos a consultar la preferencia del jugador tenemos
que atenernos a las consecuencias. De nada sirve preguntarle qué prefiere si
luego no vamos a tener en cuenta sus necesidades.
Asimismo están los que prefieren jugar de visitantes porque nadie los
conoce y juegan más “sueltos” y por otro
lado están los que disfrutan jugando en su club por el aliento de las miradas
de sus amigos.
Otro punto son los comentarios, gestos, actitudes y onomatopeyas de los
padres y también de los coachs. Muchas veces se les dice a los chicos que
jueguen tranquilos, pero los padres (y a veces también los coachs) están
notablemente nerviosos o ansiosos. Deambulan permanentemente, fuman, vociferan
o maldicen ante los desaciertos de sus hijos (o alumnos). Además de representar
un contrasentido, es evidente que no es el mejor clima para que el chico juegue
suelto y relajado y pueda demostrar todo su potencial.
En este tipo de torneos, y en el tenis en general, no hay mucha distancia
entre el jugador y el público. Es así que los jugadores escuchan de qué se
habla más allá del alambrado, más aún los chicos, dado que su concentración
suele ser más lábil. Es notable que muchos niños están pendientes de los gestos
de aprobación o rechazo de sus padres, voltean la cabeza permanentemente, se
comportan como si jugaran para complacerlos. Este comportamiento atenta contra
la concentración. En condiciones óptimas el tenista no debiera sacar su vista
de la cancha y de su oponente. Es ahí donde están los estímulos
significativos y datos relevantes del
deporte que practican. En uno de los partidos de dos chicos de 14 años, en un set point a favor
del jugador “A”, su padre, que estaba sentado justo detrás de él, hace un
comentario, se para, toma su cámara digital y comienza a filmar “el último
punto”. El jugador “A” perdió ese punto y le pidió a su papá que no hablara
más. ¿Cuántos chicos habrá compitiendo en esas misma condiciones y no se
atreven a decirle/pedirle a sus padres que no hablen mientras ellos juegan?
Ya fuera del ámbito de la competencia, hay coachs (y padres) que dan
indicaciones en forma constante. Éstas pueden socavar la creatividad del chico,
ya que se acostumbran a jugar por “control remoto”, sólo hacen lo que les dicen.
No olvidemos que el tenis es un deporte donde hay que decidir rápidamente qué
hacer. Estos chicos juegan atentos a los que le dicen de afuera e inhibiendo
las reacciones propias de su mente y su cuerpo.
Son jugadores a los que les
cuesta encontrar su perfil de juego, “sobreactúan”. Tal vez juegan
agresivamente porque así les dijeron pero ellos se moverían mejor en un perfil
más defensivo, o viceversa. Por lo general no pueden sostener esa actitud a lo
largo del tiempo y presentan grandes diferencias de rendimiento entre los
entrenamientos, donde se les dice permanentemente qué hacer y las competencias,
donde tienen que arreglárselas solos. No saben de sus capacidades ni de sus
limitaciones, el saber está puesto en el afuera.
El objetivo del coaching es precisamente lo contrario: que la persona
(niño deportista) progrese en forma rápida y eficaz, alcanzando una autonomía
en la resolución de los problemas tanto importantes como cotidianos.
Es importante para ello trabajar en:
- la comunicación entre los chicos y sus padres
- la comunicación entre los chicos y sus coachs
- en la confianza de los deportista jóvenes que
engloba pensamientos positivos, experiencias exitosas frecuentes y espíritu de
lucha aún ante la adversidad
- un autodiálogo eficaz que
los mantenga centrados en el presente de forma apropiada y el uso de palabras
que los alienten y motiven en momentos claves para la consecución de una
ejecución óptima.
(Este artículo se publicó en la Revista Cyber Countries y años más tarde en Luján Dep)
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